viernes, 27 de septiembre de 2013

"Tortilla" de moras


En cuestiones de cocina, solemos centrarnos en el final: lo que servimos en el plato. Y es cierto que disfrutar de una buena comida en compañía es una experiencia de lo más satisfactoria, pero también es verdad que el proceso no es menos enriquecedor. Buscar una receta, reunir los ingredientes, realizar distintas pruebas son, para quienes gustamos cocinar, partes tan divertidas o más como probar el resultado. Informarse sobre el origen de la receta, curiosidades o anécdotas o variantes puede incrementar aún más ese disfrute.

Cuando cocinamos moras en buena medida esa diversión se encuentra en su propia recolección. Las ventajas son incontables: paseamos o hacemos ejercicio (cada uno lo enfoca según más le conviene), estamos en contacto con el campo y la naturaleza, recuperamos paisajes de la infancia o descubrimos otros nuevos, compartimos un tiempo con nuestra familia o amigos y conocemos a personas nuevas... Hace unos días salimos a recoger moras por la ribera este de la ría. Son terrenos de una gran fertilidad, que hasta no hace muchos años estaban completamente cultivados. Ahora se cuentan tan sólo unos pocos huertos, atendidos por personas mayores. Las zarzas se han adueñado de la zona (como unos manzanos completamente cubiertos) y eso, al menos para los aficionados a las moras, no es mala noticia. Recogimos un par de kilos, pero lo realmente interesante fue saludar y charlar a la gente que nos fuimos encontrando por el camino.

-Qué, son para licor, ¿no?

Suele ser las primeras palabras que te dirigen cuando te ven recogiendo moras, el preámbulo a una conversación agradable. El otro día, además, nos dieron una receta:

-Cuando yo era chaval, y era después de la guerra y había poco para comer, hacíamos tortilla con las moras.

-¿Tortilla? ¿Cómo era eso?

-Pues poníamos las moras sobre una piedra, desmigábamos pan -de maíz, que de trigo no había- por encima, y con otra lo aplastábamos. Y así hacíamos tortilla.

-Qué rico.

-Era lo que había. Y no es un cuento: esto lo viví yo.

Las moras, entre otras muchas cosas por las que hay que estarles agradecidos, también han ayudado a sobrellevar mejor tiempos en los que muchas personas pasaban hambre. Quizá no sea la más elegante de las recetas, pero, eso sí, historia tiene.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Dulce de moras: en homenaje a Héctor Abad

De todas las recetas que he cocinado este verano, había una en concreto que me apetecía muchísimo probar. Se trata del dulce de moras del palacio arzobispal de Medellín, Colombia, que le servían a un joven Héctor Abad Gómez, tal y como evoca su hijo, Héctor Abad Faciolince, en el libro El olvido que seremos. Allá por mayo tuve ocasión de entrevistar al escritor, quien amablemente me facilitó la receta del dulce de moras, después de preguntarle a su madre. Era, digo, una receta que me llegó apenas empezada la primavera, por lo que tuve que esperar hasta disponer de unas moras bien maduras en la recta final del verano. Según explicaba la madre de Héctor, las moras se cuecen con el doble de agua y la mitad de azúcar, junto con clavos y canela, que se retiran a los diez minutos. Cuando consigamos un almíbar rojo, ni muy espeso ni muy líquido, es el momento de retirarlo del fuego. Y, añadía, se sirve con cuajada de leche o requesón.

Como para mí se trata de una receta muy especial, quería tratarla con el mayor de los cuidados, así que pensé que no me quedaba otra alternativa que hacer yo mismo la cuajada. Busqué la leche lo más natural y lo más próxima posible y, con el cuajo que dejaron unos buenos vecinos y expertos queseros, me estrené en mi aventura láctea. Después de calentar y atemperar la leche, incorporamos unas gotas de cuajo, dejamos que coja consistencia y colamos para que suelte algo del suero y que gane en untuosidad. Podemos servirlo en una copa, por ejemplo, con el dulce de moras por encima.

Como saben los lectores de El olvido que seremos, Héctor Abad Gómez fue asesinado a tiros en plena calle. Su hijo, en un reciente artículo, recuerda que en aquellos días de 1987 circuló un panfleto infame en el que se trataba de justificar lo injustificable con un irracional "era un idiota útil de los comunistas". Una sinrazón todavía más evidente a la luz de la descripción con la que el escritor resume la personalidad del padre: "Mi padre era un médico agnóstico que luchaba por los pobres; daba clases en una universidad pública, vacunaba en las selvas, defendía los derechos humanos y creía en la propiedad colectiva de muchos de los medios de producción (banca, servicios públicos, transporte, energía, petróleo…)".

La lectura de El olvido que seremos conmueve profundamente y nos sitúa ante la gran literatura, pero uno no puede evitar pensar que, de presentarse la elección imposible, habría optado por que el libro no hubiese llegado nunca a existir, porque eso significaría que no habría sido necesario escribirlo y que el dolor del que surgió nunca habría ocurrido, y que Héctor Abad Gómez, quizá ahora, al final del verano, se encontraría con su familia disfrutando de un dulce de moras y recordando los tiempos en que de joven cortejaba a su futura mujer. En eso pienso cada vez que hundo la cuchara y me llevo a la boca un poco de cuajada y mora, y me imagino que puedo oír la carcajada de siempre, la que soltaba el médico cuando recordaba aquel plato del palacio arzobispal, tal y como lo evoca su hijo. Ahora, al menos para mí, está ligado para siempre a su nombre: el dulce de moras de Héctor Abad.

martes, 17 de septiembre de 2013

Peras especiadas con avellanas

Hay alimentos que establecen afinidades entre sí y cuyos sabores o colores parecen diseñados por la naturaleza para su combinación. También el entorno contribuye: si dos ingredientes proceden del mismo espacio hay una cierta lógica en que después convivan en el plato. Lo pensaba ayer, mientras recogía moras en un huerto abandonado, cuyos manzanos, que aún daban fruta, estaba completamente cubierto por las zarzas. En ese momento el tradicional crumble inglés de manzana y mora cobraba todo sentido.

Junto a una casa familiar crecen un avellano y un peral y estos días ya hemos comenzado a beneficiarnos de su generosidad. Cuando llegué a la cocina, con las peras en una bolsa y las avellanas en un tarro, pensé que ahí había una receta. Así que modifiqué ligeramente una con la que suelo hacer peras con menta para adaptarla a las avellanas. No tiene ninguna complicación: preparamos un almíbar al que le añadimos canela, anís estrellado y unas hebras de azafrán. Pochamos las peras hasta que estén tiernas, pero con cuidado de no que no se deshagan. Lo ideal es un hervor mínimo durante unos minutos. Luego apagamos el fuego hasta que enfríe. Apartamos un poco del almíbar para hervirlo hasta que adquiera la consistencia de un jarabe, con el que luego bañaremos las peras. Solo queda tostar las avellanas troceadas con algo de azúcar (la mitad de su peso, por ejemplo) y usarlo como base del plato. La pera queda tierna, aromática, y el crujiente y tostado de las avellanas ponen el contrapunto.

Aunque puede funcionar como postre caliente, en casa solemos servir las peras del tiempo: recetas así ayudan a despedirse mejor del verano.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Membrillo de moras

En español la palabra membrillo designa tanto el fruto como el arbusto del que se recolecta, así como el dulce que se obtiene de él, que en muchos sitios también recibe el nombre de carne de membrillo. Pero además también puede utilizarse para referirse a una conserva con una consistencia o textura similares al membrillo original. Hace un año seguí ese método para elaborar un membrillo de abruños (con este nombre se conocen las endrinas en Galicia) y ahora lo he puesto en práctica también para conseguir un membrillo de moras.

El procedimiento es básicamente el de una mermelada: la pulpa de las bayas con azúcar. Sólo que en esta ocasión se incorpora igual cantidad de azúcar que de fruta y se hierve durante más tiempo; a ojo, unos buenos veinte minutos. Yo lo cuezo unos minutos para soltar los jugos y luego lo cuelo para dejar fuera la mayor parte de las semillas antes de darle el hervor. El resultado retiene todo el sabor característico de las moras, pero con una carnosidad propia del membrillo. Se puede cortar y comer solo, untar en pan o galletas, o dividirlo en porciones con queso, su acompañamiento más clásico. A los que ya os guste el membrillo seguro que os gustará, y a los que os encantan las moras, probadlo, que os convencerá.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Las moras en la cocina de vanguardia: Rodrigo de la Calle







El cocinero Rodrigo de la Calle, desde su restaurante en Aranjuez, está realizando una de las propuestas culinarias más interesantes y personales de los últimos años. Buena parte de su singularidad radica en la apuesta que ha llevado a cabo por el mundo vegetal, elevando verduras, hortalizas y frutas del habitual papel de guarnición que se les suele adjudicar a protagonistas de platos por derecho propio. No es un dato irrelevante que Rodrigo haya trabajado en Mugaritz, cuyas creaciones con moras también han estado aquí presentes. La recuperación de variedades olvidadas o semiperdidas y el uso de productos de temporada y autóctonos ha dirigido el planteamiento de su cocina, que se enmarca en la gastrobotánica, título también del libro que publicó hace un par de años y que tuve la suerte de que me dejasen los Reyes...


Teniendo en cuenta la atención que le dedica al mundo vegetal parecía poco probable que no se hubiese interesado por las moras. Y así es: en una de sus microrrecetas Rodrigo y Jaime Ayala mezclan mora, remolacha, fresones y tequila con el resultado de un plato que está a medio camino entre un cóctel de bienvenida y una sopa fría con la que abrir un menú de finales de verano. La receta completa, con la secuencia de fotos de Javier Peñas, la tenéis aquí.

Desde el restaurante de Rodrigo también han tenido la amabilidad de comentarme que al ser las moras tan ricas en sabor, vitamina C y flavoroides, las hacen candidatas ideales para trabajar en coctelería, y que combinan "espectacularmente" con bebidas blancas y vinos espumosos como el cava o el champán. Así que fueron tan amables de facilitarme otra receta, Sweet Nights: un cuarto cada uno de mora, tomate y fresón licuados, con otro cuarto de vodka y champán al gusto.

Con recetas como esta queda claro que la mora todavía puede dar mucho juego en nuestras cocinas. ¡Aprovechad ahora que estamos en plena temporada!